Uno de los temas recurrentes que preocupan a los emprendedores es la incertidumbre. Cómo manejarnos en un futuro desconocido, complejo y en muchos aspectos incontrolables. Un futuro que, ya sabemos, podría influir en dominios que nos importan y que seguramente queremos cuidar: nuestros emprendimientos y nuestras vidas.
El primer paso es tratar de conservar la calma. Tratar está dicho intencionalmente porque no siempre podemos. Y está bien. Reconocer que va a haber momentos en los que sí y otros en los que no podemos mantener la calma, hace que nos relacionemos con ese vaivén de estados con mayor tranquilidad y naturalidad.
Ahora bien, si tenemos la sensación de haber perdido la calma, lo primero es darnos cuenta de que estamos nerviosos. Es útil imaginarnos a nosotros/as mismos/as en un lugar que nos genere tranquilidad. Solamente con pensar en ese lugar, cambiará el foco de nuestros pensamientos y nos ayudará a bajar las revoluciones. Ese lugar tranquilo es diferente para cada persona: puede ser pensar en le océano, en una montaña, en nuestro hogar, en una comida con seres queridos.
Reconocer qué efectos causa la incertidumbre en nosotros/as y conectarnos con la imagen de ese lugar tranquilo, es un gran avance.
Esto va preparando el terreno para que, poco a poco, vayamos ganando esa claridad que es tan importante para dar pasos firmes y conscientes hacia nuestras metas laborales y personales. El segundo paso es observar con curiosidad y sin juicio el mix de pensamientos que se nos vienen a la cabeza. Para explorarlos muchas veces resulta útil hacer una lista de pensamientos. Podemos anotar lo primero en lo que pensamos apenas nos despertamos y lo que surge a lo largo del día cuando sentimos incertidumbre. Los anotamos uno a uno, sin analizarlos.
Cuando terminamos la lista, subrayamos cuál de todos los que anotamos es el pensamiento que vivimos de forma más recurrente; ese que nos hace fruncir el entrecejo y muchas veces, hasta nos saca el sueño.
Una vez que lo tenemos identificado, podemos hacer zoom y ver qué hay detrás. Si, por ejemplo, el pensamiento recurrente es: “no voy a conseguir esa financiación que necesito”, nos podemos preguntar:
- ¿Qué hechos concretos me indican que “no podré conseguirlo”?
- ¿Qué hechos contradicen ese pensamiento (es decir, demostrar que sí podré conseguirlo)?
- ¿Para qué digo “no voy a conseguirlo”?
- ¿Qué cambios me gustaría hacer en mi para ver esta misma situación de una forma diferente?
- Ese pensamiento, ¿me abre posibilidades o me limita?
Cuando respondemos a estar preguntas, podemos llegar a sorprendernos de las conclusiones que sacamos. El tercer y último paso es muy importante: el cómo. Podemos hacer este proceso de forma muy hostil, juzgándonos por pensar de determinada manera o compararnos con otros/as que parecen sobrellevar la misma situación sin problemas. Esto seguramente nos hará sentir pequeños y nos sacará fuerzas para afrontar los desafíos que nos esperan.
Nosotros somos los jueces más estrictos de nuestra propia persona.
O también (siempre hay otra opción) podemos hacerlo de una manera gentil con nosotros/as mismos/as, respetando nuestros propios tiempos, acompañándonos como lo haríamos con un señor mayor que quiere cruzar la calle. Con compasión y confianza, sabiendo que contamos con nuestro propio apoyo para pasar el momento de temblor y llegar a tierra firme. Este “cómo”, a diferencia del anterior nos serena y resguarda nuestra reserva de energía para cuando la necesitemos.
En síntesis, la receta no receta (porque cada persona es única) para transitar la incertidumbre sería:
- Reconocer y encontrar tu lugar seguro para llegar a la calma que te da claridad.
- Curiosidad para explorar nuestros pensamientos en profundidad.
- Gentileza para tratarnos como humanos que sólo intentan ser, hacer y estar mejor de lo que empezaron.