¿Alguna vez te has parado a pensar si te comunicas de forma violenta? Muchas veces pensamos que no ejercemos violencia porque no dañamos físicamente a nadie. Sin embargo, la violencia física es sólo una de las múltiples formas de violencia. Ciertas palabras, por ejemplo, pueden ser igual o más dolorosas que un golpe y dejar fuertes marcas psicológicas en nosotros/as y en otras personas.
Cada vez que usamos la ironía, la amenaza, la crítica hostil, las etiquetas, la comparación, la imposición, nos estamos comunicando de forma violenta. En la mayoría de las ocasiones, no tenemos la intención de dañar a otras personas, pero lo terminamos haciendo. También, por supuesto, somos víctimas de violencia, es decir, la recibimos.
Nuestras culturas y sociedades se encuentran atravesadas por esta dinámica de comunicación. En otras palabras, es lo que aprendimos.
“Cuando una sociedad es hostil, lo revolucionario es ser gentil”, Virginia Gawel.
Culpa no. Responsabilidad sí. Cuando nos damos cuenta que estamos reproduciendo ese modo de comunicación, podemos comprometernos a cambiar y adoptar uno más empático, que cuide nuestra dignidad y la de las personas con quienes nos relacionamos. La violencia puede generarnos un nivel de tensión y estrés constante en nuestra vida, lo que bloquea nuestra creatividad y potencial, transformándonos en seres encarcelados en nuestros propios miedos, angustias y rencores.
Además de limitar y empobrecer nuestro desarrollo personal y profesional, la violencia va desgastando poco a poco nuestras relaciones más cercanas, incluso las más fundamentales como las de pareja o las de socios/as. Muchas veces se generan conflictos innecesarios debido a que nos quedamos en un plano superficial de conversación, buscando por todos los medios tener razón.
Un famoso relato cuenta la historia de dos hermanas que se peleaban por una naranja. Cuando su madre les preguntó para qué la necesitaban, una contestó que quería su cáscara para un pastel y otra contestó que quería su pulpa para preparar un jugo. Fin del conflicto.
Si no hubiese existido esa pregunta acerca de lo que verdaderamente necesitaban, seguramente la discusión entre las hermanas hubiese seguido por más tiempo, llegando a un desenlace indeseado: resultados más insatisfactorios para ambas personas y deterioro de su relación. Si bien en oriente es un concepto muy antiguo, en occidente fue popularizado por el psicólogo Marshall Rosenberg, quien desarrolló el método de la Comunicación No Violenta (CNV), una serie de pasos simples que nos permiten resolver conflictos y diferencias de un modo pacífico y efectivo.
«La violencia es la expresión trágica de necesidades no satisfechas», según Marshall Rosenberg.
Esto significa que cuando actuamos de forma violenta, nuestro comportamiento esconde una necesidad humana fundamental insatisfecha, pidiendo que le prestemos atención. No se trata de justificar nuestros comportamientos violentos, sino de comprenderlos en profundidad para poder cambiarlos y mejorar.
Lo que propone este método es comunicarnos de una manera particular: expresarse con honestidad y escuchar con empatía. Una aclaración: los pasos pueden parecer simples y sencillos, el desafío está en llevarlo a la práctica de manera sostenida.