Motivación. Va de la mano de la fuerza de voluntad y resulta que es lo que nos hace seguir. Pensándolo bien, es lo que hace que los proyectos o los equipos funcionen, y aplica en cualquier entorno: deportivo, personal, familiar o laboral. Cuando se tiene uno forja su camino, y crece. Pero cuando se pierde, uno se desploma.
Tras las fiestas, los excesos, los cotillones y roscones, llega ese momento en el que se hace una reflexión de los últimos 365 días. Un análisis de lo que se ha conseguido, dónde se ha fallado, qué ha cambiado. Un repaso mental que se resume en un buen o mal año. Con él aparecen los propósitos, objetivos que nos marcamos el día 1 de enero. Pero, ¿qué pasa el 1 de febrero, el 1 de marzo o el 1 de junio? Muchas veces esos propósitos se quedan en el recuerdo.
¿Qué nos motiva y por qué a veces perdemos este poder impulsor?
La cuesta de enero se hace dura para la mayoría. Existe una depresión post-vacacional acompañada de un nuevo planteamiento de estilo de vida.
Para el ser humano es esencial tener un camino que seguir, una montaña que escalar, una pieza que encajar en el puzzle. Si no, uno se aburre. El verse inmerso en un reto y ser parte de él saca el potencial máximo de cada uno de nosotros.
La motivación no es únicamente equivalente a una recompensa económica; es de hecho mucho más personal. Uno se entrega por sentirse reconocido, valorado, útil y parte de algo. En la charla sobre el sentido de nuestro trabajo, Dan Ariely compara la motivación con un mueble de IKEA. Los tornillos no coinciden con las tuercas, y quizás se aprieten tanto que salgan ampollas en los dedos.
¿Qué se siente al sentarse en un sofá construido con tus propias manos? Puro orgullo y satisfacción. De eso trata la motivación. De disfrutar de cada paso, aunque cueste, y de creer plenamente que el resultado será el deseado. Algunos jefes, todavía consideran a sus colaboradores como peones que deben cumplir su labor porque a final de mes se les felicita con un incremento en el extracto bancario.
Pero eso ya no es suficiente. Somos personas antes que números y necesitamos darle un sentido a nuestro trabajo.
Como afirma Kim Scott en su libro (altamente recomendado) Radical Candor, el rol del jefe, manager o líder es mucho más que mandar. Su responsabilidad es reconocer el esfuerzo incluso si, para llegar al objetivo final, ha habido algún desvío. Su responsabilidad es valorar a los colaboradores por su trabajo, su dedicación y su capacidad de levantarse todos los días para sacar adelante el proyecto.
El trabajo de un jefe, manager o líder es personal.
Es saber escuchar, es saber dar retroalimentación directa, es saber cómo sacar el máximo potencial de las personas con las que trata en el día a día. Es estar ahí y saber qué hacer para que los niveles de motivación en su organización se mantengan elevados.
En Efecto Colibrí estamos convencidos de que los cambios sistémicos comienzan en pequeño. Y que si empezamos a conducir nuestros proyectos con impacto social, empatizando, escuchando y reconociendo a nuestros colaboradores como compañeros con los que crecer, estaremos asumiendo una actitud responsable que puede cambiar la manera en la que se manejan las organizaciones actualmente.