Desde Albert Einstein, el científico más conocido del mundo, hasta uno de los grandes místicos de todos los tiempos, Siddharta Gautama (conocido como Buda), señalan a la naturaleza como una fuente inagotable de sabiduría; una suerte de puerta hacia los profundos terrenos del autoconocimiento y a una comprensión más amplia de todo aquello que nos rodea.
Dice el conocidísimo Albert Einstein: “Mira en lo profundo de la naturaleza y entenderás un poco mejor todas las cosas” y Buda agrega: “Si pudiéramos ver el milagro de una sola flor, nuestra vida entera cambiaría”.
La pregunta que surge es: ¿Cómo hacerlo?, ¿cómo aprender a mirar la naturaleza y captar lo que tiene para decirnos? La respuesta es tan simple como difícil: Deteniéndonos. ¿Es acaso posible notar los detalles de las hojas en otoño si pasamos por al lado corriendo?
En tiempos de agendas saturadas y de ocio colmado de notificaciones que invitan a ver la última serie, entrar en intimidad con la naturaleza requiere de una sentida intención y de la determinación de decir “no” a muchos estímulos del sistema. Es un lujo auto-propiciado.
Afortunadamente, se trata de un lujo accesible para cualquier persona. Hasta en la ciudad más superpoblada del globo hay un trozo de cielo disponible para contemplar, un cuadrado de césped que observar, y una corteza de árbol a la que acercarse. Es cuestión de mirar de nuevo, de otra manera, quizás como nunca antes lo hicimos.
Las propiedades de los elementos que componen la naturaleza son también cualidades que habitan en nosotras, las personas. Por ejemplo, la fluidez del elemento agua se relaciona con la soltura y la facilidad que tenemos los humanos para ir moviéndonos y adaptándonos según lo requieran las diversas situaciones.
Sin embargo, nuestro equilibrio suele verse obstruido por la innegable tendencia a los extremos; nos excedemos o nos quedamos cortos; simplemente nos cuesta la famosa “justa medida”. Siguiendo con el ejemplo, si “fluimos demasiado” con lo que se presenta momento a momento, es posible que en algún momento necesitemos hacer un alto para planificar, estructurar, y ordenar prioridades. Si “fluimos poco”, entonces puede que nos volvamos rígidos y ofrezcamos resistencias a los cambios (que siempre suceden). Necesitamos un balance.
Y si bien nos ilusionan las recetas prometedoras, lo sabemos: conseguir el equilibrio no es algo de una vez y para siempre. El equilibrio es dinámico: se pierde y se recupera. Quizás varíe en su frecuencia y en su intensidad, pero la naturaleza misma de nuestras vidas es cambiante y el cambio siempre trae desafíos para mantener la armonía.
La propuesta es la siguiente: Re-encontrarnos con la naturaleza que circunda para ir reconociendo en nuestro interior la naturaleza que ya somos y apelar a su inteligencia cuando atravesamos momentos difíciles. Concretamente, podemos tomar como referencia las características de los 5 elementos de la naturaleza (aire, agua, tierra, fuego, espacio) y usarlas como guía para reconocer desde qué elemento estamos actuando, y observar cuál falta “compensar” para conseguir el equilibrio.
En otras palabras, es cuestión de entender qué pide de nosotros/as determinada situación, y qué habilidades (inspiradas en los elementos) es necesario activar y/o desarrollar para sortear los obstáculos que se interponen entre nosotros/as y nuestro bienestar.
Vale preguntarnos: ¿Esta situación que exige de mí ser más firme y dura (como la tierra) o ser más flexible (como el agua)? ¿Estoy desmotivada y siento que es momento de encender la pasión y entusiasmarme (como el fuego)? ¿Es momento de integrar mi actividad profesional con mi verdadera vocación (espacio)?
Veamos en detalle las propiedades de los elementos y las inquietudes que nos deja cada uno:
- Aire
El aire es liviano, volátil, móvil, claro, invisible. Está relacionado con los pensamientos y con la actividad mental. Observando el aire puedes preguntarte: ¿Qué me inspira?, ¿en qué necesito ganar claridad?, ¿estoy yendo en la dirección adecuada?, ¿qué nuevas ideas necesito generar y/o qué viejas ideas es necesario repensar?, ¿qué actividades, personas, hábitos me harían sentir más liviano/a?
- Agua
El agua es fluida, suave, fría, constante. Está vinculada a los sentimientos y a las conexiones con otras personas. Contemplando el agua puedes cuestionarte: ¿Qué necesito flexibilizar?, ¿en qué áreas necesito más frescura?, ¿con quién necesito mayor y/o mejor calidad de conexión?, ¿qué me está pidiendo más sensibilidad y empatía?, ¿en qué aspectos quiero dejar de controlar y simplemente confiar?
- Tierra
La tierra es sólida, pesada, estable, firme, lenta. Se asocia a lo concreto. Te invita a preguntarte: ¿Qué necesito estructurar?, ¿qué me gustaría concretar, “bajar a tierra”, incluso calendarizar y crear un plan de acción?, ¿es momento de ir más despacio?, ¿qué requiere de mi paciencia para enraizarse y crecer fortalecido?, ¿en qué aspectos sería interesante dejarme sostener o ser sostén para otra persona?
- Fuego
El fuego es dinámico, caliente, mutable, cambiante. Habitualmente se asocia a la transformación. Es una viva llamada a responder: ¿En qué necesito tomar impulso y dar inicio a lo nuevo?, ¿qué me está pidiendo dinamizar y/o acelerar el ritmo?, ¿qué aspectos me gustaría cambiar?, ¿dónde encuentro motivación, entusiasmo?, ¿qué me atrae, interesa o apasiona?, ¿qué riesgos estoy dispuesto/a a tomar, a pesar del miedo?
- Espacio (éter)
El espacio es vacío, sutil y universal. Es seguramente el elemento más difícil de reconocer. Está íntimamente relacionado con la noción de unidad, de totalidad. Nos interpela, preguntando: ¿Cómo puedo ser más coherente?, ¿qué me está haciendo ruido en relación a mi integridad?, ¿qué dice mi intuición de esta situación?, ¿qué podría hacer o dejar de hacer podría vivir de forma más armónica y pacífica?
Podemos convertir este ejercicio en un juego que nos permita ver, cada vez que sea necesario, en qué cuadrante estamos y qué pregunta-estímulo puede ayudarnos a volver otra vez nuestro eje, a nuestro centro. Se trata de una invitación a intentar, a corazón abierto y con la convicción de que nos acompañaremos amorosamente en el camino, de recuperar el equilibrio.
El trabajo en nuestra propia interioridad tiene la capacidad de regenerar tejidos, así como lo hace una planta, y propiciar nuestro desarrollo personal como agentes de cambio. Además, como si fuera poco, tiene un evidente impacto positivo en el mundo exterior, que tanto lo necesita.